martes, 19 de enero de 2010

El hombre, solo

Digamos, para abreviar, que hoy me he quedado medio embobado mirando un árbol y la cortina de lluvia que lo medio tapaba, y el cielo gris detrás, y, más atrás, las montañas, con algún edificio. Y he concluido: "caray, a mí, que me disgusta la lluvia, me parece increíble esta estampa: qué arbol...", etcétera.
Y le he dado algunas vueltas -contemplativas, más que teóricas- sobre lo bien que está hecho el mundo, y lo bonito que es, aunque sea en ocasiones destructivo.
Y luego he avanzado por otros caminos, que ahora expongo. Resulta ser que, en medio de esta maravilla, aparece un no sé qué nostálgico; algo como la campana de Paulov, que es el medio para llegar al perro; algo como un bonito anuncio, que nos lleva a comprar... pero que supera el anuncio: nadie compra el cartel, sino lo que se anuncia. En fin, el mundo, que está bien, o muy bien, pero que no el destinatario final de nuestros anhelos y deseos.
Y luego ha llegado la frase: Génesis 2, 18: "No es bueno que el hombre esté solo". ¿Solo?, he pensado. ¿En medio de este increíble mundo que miles de artistas no se han cansado de plasmar, de modo más o menos meritorio? Sí, sólo. El mundo como foto de lo que Dios es capaz de hacer, como jardín para que nos divirtamos mientras llegamos a nuestra meta. Etcétera. Bueno, que cada uno pedalee, si quiere.

(Y, ahora, mientras escribía, el bueno de San Agustín, que con tanta frecuencia da en el clavo: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti".)

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